miércoles, 4 de noviembre de 2009

Metálica finitud

¡Vastedad! el universo en el que he debido ignorar cuanto hay más allá de mí, ¿está en ti?
¡Vastedad! el mundo que se extiende silencioso mientras el ruido lo consume… ¿también me consume a mí?
¡Vastedad! La consciencia que olvidé el día en que mi inocencia se perdió… ¿te la llevaste tú?
¡Vastedad! Las veces que soñé contigo y me ahogué en mis propias lágrimas… me las sequé yo.

Vastedad, es lo que existe en este enredo de circuitos lo que me lleva a flotar en la estupidez… y no veré tus ojos jamás, aunque creo verlos en mis alucinaciones. Cuando sueño despierta y camino distraída los pasos que doy no me llevan a ninguna parte en especial, el reloj sigue su ritmo y solo se evapora lo que queda volátil y liviano de los restos de mi mente incinerada… tu esencia llega tanto o más impresionante que el único atardecer que arrancó de mis cegados ojos una lágrima, ahora me inundas de  fantasía y un frágil goce casi inexistente, perturbador, pero intenso… no paro de explorarte, tocar tu delicada piel y tus suaves curvaturas, no me detengo a pensar en lo demás, ni siquiera me importa lo que sucede conmigo si es que acaso sigo cuerda o no y aún así necesito mis seis sentidos y medio para acercarme a ti, tus músculos se tensan y mis dedos retroceden, me acaricias y mi fuerza se llena de valor en el éxtasis, tu abrazo calienta mi pecho y congela mi sangre… vas despacio, yo me detengo en medio de una dimensión desconocida, poco a poco tu piel y tu aliento se desvanecen con el contacto de la brisa, no hay más que pueda hacer, te dejo ir.  Cada vez que vienes, Vastedad, es sólo una partida más en la que te fuiste dejando atrás mi pecho ahora helado que duele con el palpitar de la sangre caliente de mis venas.


Vastedad, mi primer amor flechó este corazón de plata, cubierto de bronce y con sabor a hierro. No podré esperarte, jamás llegarás y no quiero que se derrita este frío metal que con tanta espera he logrado forjar… Pasa el tiempo, el vino se añeja, las plantas crecen, los genios mueren, los idiotas reinan el mundo y este trozo de metal que tengo incrustado en el pecho se endurece más y más… ni siquiera tú has podido arrancármelo y como la escálibur de Arturo se halla enterrado en esta dura roca con forma de una extraña humana… allí se quedará hasta que aquel desprevenido transeúnte se tropiece con ella y rompa los huesos de esta polvorienta roca, tome entre sus manos este metálico corazón sólo para ver cómo se derrite la fusión de plata, bronce y sabor a hierro entre sus dedos. La torpe flecha que se astilló en un solo latido de este platónico corazón se convirtió en parte de la hoguera del olvido y sus cenizas se mezclarán con las gotas fundidas de aquel líquido espeso que ante la fuerza hercúlea de un desconocido perderá su forma y salpicará esa destruida roca.


Mi primer amor, Vastedad, jamás ha llegado, y no te esperaré, Vastedad. Mi corazón derretido entre esos dedos se entregará con la poca vitalidad que queda en él… pero hasta ese momento, Vastedad, este corazón que jamás ha sufrido seguirá formando parte del museo de mi historia.

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