miércoles, 11 de noviembre de 2009

HOJA A LA DERIVA






Otra mañana pequeña y
sin luz… mis párpados cerrados
 y mi consciencia inmóvil.

Ya había amanecido y
parecía que el mundo
 se llenaba de luz, no
 era esa la manera en la
 que acostumbraba a recibirme.
Mi cabeza daba vueltas
 hasta que lo recordé…

No es verdad que
pequeños seres voladores
 invadan el centro del
organismo;  por casualidad
intentaba distraerme y lo
único que conseguía  era
notar que las ‘mariposas’
se convertían en un amplio y
profundo agujero negro.

Un extraño espacio
lleno de ansiedad
vació cualquier posibilidad de
imaginación. No se me
estaba permitido abrir
paso a ninguna imagen,
si lo hacía era probable que
mi cobardía tomara posesión
de un cuerpo sin forma;
Uno que se comprimió
hasta su desaparición, uno
que perdió el marcador
 regular de su respiración,
uno que olvido que el
brillo no provenía de él.

Perdona estos garabatos,
pero conoces mi torpeza
y sin duda yo también
probé la tuya…
Caminar era una tarea
en la que puse toda mi
concentración, uno tras
otro nuestros pasos dejaban
atrás un rastro que jamás existió.
Tus ojos eran mi juicio,
por eso los míos se
perdían en el superficial,
pero no menos inspirador,
polvo del asfalto…

Control, control, sabía
que lo necesitaba ¡desquiciado
el momento en que esa
noción se perdió!

Las palabras se amotinaron
en mi contra y se engaban
a tener sentido o color….
¿Color? Verde, verde era lo
único que veía, no era
necesario más para ubicar
mi tiempo y el espacio.


Concentrarse en nuestras
temblorosas y tímidas
manos no ayudaba en
nada a mi desgastada
gravedad…
Hojas sobre el suelo,
hojas sobre nuestras cabezas,
hojas arriba, hojas abajo…
¿A caso podría tener algún
significado?

Aquello que cae permanece
en el suelo, pero
yo apenas había soltado
ese grueso lazo que me unía
a las ramas de mi árbol y ahora
me encontraba flotando a
merced del viento.


Una cerca, un espacio
destinado al sinsentido,
el mundo se encogía y
quedó reducido a ese prado.

Silencio, un silencio que
no era como los otros,
aquel silencio no era
inerte, un silencio que
se negaba a ser lo que
era, un silencio que
olvidó su función, ese
silencio que estremeció
hasta aquello que ignoraba
que lo hacía.

El calor de tus brazos
sobre la fragilidad de mis
sensaciones hacía que nada
más importara ¡cierra los
ojos, perturbada consciencia!

Era difícil que los
temblores me guiaran:
·         Posibilidad de
auto control   =0%
·         Cabida de respiración
regular           =0%
·         Sentido lógico de este
promedio        =0%
fundirse en el momento
que compartíamos fue
lo único ‘racional’ que
pude oír. ¿Oír? ¿A quién
oí? ¿Qué fue lo que
escuché? ¿Otro producto de
mi mente alucinada? No,
eso no era racional en
absoluto… y ¿qué importaba
si lo era o no?

Años de evolución
fue el costo de la
razón y por un único
motivo anulé la capacidad
de pensar: tu difícil respiración
sobre mi cuello
o ¿era la mía la que se me
hacía imposible?

Mis venas a punto de
estallar, la exagerada
corriente de sangre en
mis delatoras mejillas
y tus labios sobre los
míos impidiendo cualquier
objeción.

No es verdad que se
llega al cielo, no es cierto
que tocas las estrellas…
A cambio sentía el tripe
de la fuerza que sufrió
la manzana de Newton,
mis pies quedaron atorados
justo ahí, no había ninguna
diferencia entre nosotros
y la tierra…


Me rendí, perdí cualquier
conexión con el tiempo, dejé
de respirar, parecía una
niña fascinada por su
primer descubrimiento.

El sol ardía sobre
mis piernas, pero olvidaba
sentir y lo olvidé por
completo. Caí como la
pequeña hoja del árbol
y ahora estaba tendida sobre
el suelo sin querer mover
un solo músculo.


Pero mi complejo de
hoja hacía que me
meciera y era todo lo que
quería: Mecerme hasta
extasiarme en paz.

Adicción, lo que resta
es adicción, una hoja
que pierde su pigmento
verde para dejar salir
los tonos rojos y naranjas
que bien sabes distinguir.



Han pasado varios días desde aquella mañana y todavía me cuesta creerlo…

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