No soporto esta amarga ansiedad, no resisto no verte, se me hace inconcebible no poder escribirte y te extraño cada minuto de mi día.
Apenas me levanto e incluso antes de ser consciente de mi rutina diaria, prendo el computador con una única esperanza: que tu avatar señale que estás conectado. Ver esa fotografía que tienes en tu display me hace suspirar cuando aparece en forma de popup; rara vez cambias tu nombre y tu imagen para mostrar, por alguna extraña razón se me encoje el estómago al verlo aparecer en la esquina de mi pantalla, tal cual lo conozco: siento que me pertenece.
No recuerdo cuándo fue la última vez que me llamaste, pero cada vez que mi playlist pone la canción que utilizo de ringtone para tu número —la que elegí cuidadosamente entre mis canciones favoritas— todas mis alarmas internas se encienden y prácticamente salto de mi silla en busca de mi celular. No tardo en notar que no eres tú y me quedo paralizada imaginándote en el hipotético escenario que devela la voz de este delirante vocalista.
Lo que sí recuerdo son las maravillosas horas que pasamos sonriendo como tontos. ¡Tú y tus desquiciados mensajes! Mis labios se tensaban a medias al solo sentir una pequeña vibración en mi bolsillo; casi podía contar los segundos que tardabas en responderme… mis dedos se volvieron más ágiles y aunque tu tecleas cada una de las letras y yo prefiero el predictor de texto siempre usamos esas abreviaturas que solo tienen sentido para los dos.
Puedo jurar que 405 de las 468 visitas que tiene el cover que montaste en youtube de tu canción favorita y que cantamos juntos esa noche de abril son gracias a mi adicción a escuchar tu voz diciendo “y en la oscura habitación necesito oír tu voz” como si me estuvieras gastando alguna clase de broma, como si cantaras para mí lo que yo deseo con todas mis ganas cantarte a ti.
Tu perfil en facebook lo evito al máximo, no quiero caer por esa delatora aplicación de “tus fans”, pero la tentación de seguir cada uno de tus cambios de “¿qué estás pensando?” Se me ha convertido en una tarea de todos los días: ya sé cuál es la última canción que escuchaste, la película que más te gustó, lo triste que te sentías el mes pasado, el país al que quieres ir a estudiar… y podría recitar de memoria el pequeño poema que hiciste con 3 líneas para nadie en especial –si tan solo fuera yo ese “nadie especial”—.
Daría lo que fuera porque tuvieras un blog, más allá de las superficialidades del mundo, sabría lo que guarda tu cerebro y debo admitir que entre más perturbadoras y extrañas fueran tus entradas más me perdería entre tus misterios.
Pero sigo aquí: dos clicks sobre tu foto abrió esta pequeña ventana en blanco y mis manos inmóviles sobre el teclado dudan en saludar; yo puedo apenas soportar mi fanatismo, estoy segura de que tú no. Me he hundido en mi almohada más de una noche recordando tus bromas bañadas en emoticones y con lo poco que me queda de cordura, después de este último año, reprimo el deseo de susurrar tu nombre y digitar mentalmente (L).
... Y me convierto en un fantasma
"Iniciar sesión como: Desconectado"