¡Aquí va! otro atardecer. El sol vestido de un brillante tono naranja parece rasgar con una pasión desmedida las nubes esponjosas. Colores cálidos y mágicos dejan entre ver la sombra de una silueta a contraluz, es tan sutil y veloz que nadie se detiene a observar, pero sé que eres tú.
Tocado por los rayos ultravioleta apenas si logro diferenciar tus extremidades a causa de la fuerte luz que me enceguece; ¿bailas? ¿Acaso te atreves a bailar frente a aquel astro diurno mientras yo resisto las punzadas que quieren obligar a mis ojos a perderte de vista? ¿Cómo encuentras el valor para envenenarme con tus movimientos cuando mis ojos arden en el miedo de dejarte ir? ¿No entiendes que mis petrificados ojos se rehúsan a parpadear por el temor a que desaparezcas? Y sigues ahí, flotando entre las ráfagas de aire, alabas el último suspiro del sol, estás presenciando la víspera de su muerte, saboreas la centellante agonía del día.
No he respirado para no perder ni un solo detalle, los músculos de mis piernas están tan tensos que falta poco para que mis pies echen raíces en el suelo, ahora me encuentro congelada en el tiempo en el mismo estado catatónico en el que podría encontrarse el árbol más viejo y grande del mundo; mis manos bien podrían haberse transformado en ramas rígidas por las que el viento se desliza e intenta pronunciar silenciosos silbidos; mi sangre se pudo haberse transformado en dulce savia que recorre los intrincados rincones de mi inmóvil y duro cuerpo, incluso mi corazón pudo haberse detenido en ese mismo momento y no habría notado la diferencia. El mundo se me hace ajeno, mis manos son extensiones de un cuerpo inerte, la vida misma se siente lejana, soy más tuya que mía.
—Ajena... —
Y sigo ahí, no puedo dejar de ver cada uno de tus movimientos, busco la inagotable armonía en el suave desplazamiento de tus hombros, lo tensos que llego a imaginar tus músculos cuando giras en el aire. Te detienes y tu figura se inmoviliza en la ajena lejanía ¿me estás mirando? ¿Tan cruda es la luz que no puedo saber si estás frente o de espaldas a mí? Y sigues ahí, intocable como de costumbre, evanescente tal y como cada tarde, irreconocible como sólo yo te puedo admirar.
¡Maldita condición humana! Mis párpados han perdido la batalla y finalmente se cierran, desapareces. Tu imagen aún está bailando en mi mente, formas parte del mismo calor del sol, te mueves como si fueras un estallido más en ese brillante atardecer… Eres el ser que me aterrará en mis más dulces y desgarradoras pesadillas, eres quien atormentará mis más profundos sueños, eres el monstruo que me sostendrá entre sus brazos en el momento de mi muerte, el espejismo más real que he visto.
Un golpecito en la espalda y un violento despertar, mis ojos siguen destellados y los manchones verdes, amarillos y naranjas evitan que mi mente le dé forma al mundo; tardo más de lo normal en descifrar su rostro, su gesto amigable, su voz, su cabello, su sonrisa, su postura; hago un recuentro rápido, pero mi mente se rehúsa a responder… ¡oh! allí está, la hallé por fin, enredada en mis recuerdos. Las fuertes pulsaciones que retumban en mi cuello y bajo mis oídos ahogan un débil
–Hola—
Su rostro se retuerce, su gesto se endurece, su sonrisa se desvanece algo más despacio que mi reciente alucinación, sus ojos se llenan de inquietud y abren espacio a una pregunta de la que, estoy segura, no podré deshacerme sin generar otras dudas, aunque ignoro lo que está a punto de decir.
— ¿Estás llorando?—
Debo admitir que no estaba enterada de ello, la humedad de mis frías mejillas y lo doloroso que resultaba desenterrar mis uñas de la carne dormida de mis manos no habían tenido sentido hasta que mi maltrecha mente había terminado de decodificar esos fonemas. Mis manos buscaron mi rostro para dar con el lugar de la comprobación y a favor de la ciencia era necesario “sentir para creer”
—No me creerás, pero no me había dado cuenta—
Aturdida como estaba se me antojaba imposible sostener una mentira; las lágrimas siempre se relacionan con dos extremos que he despreciado toda mi vida: la tristeza profunda y la emoción absoluta, ahora mismo, lo único que es claro es que no se trata de ninguna de las dos. Su voz sonaba maternal
—Pues pareciera que estás en alguna clase de shock. Hace mucho que estas parada sin moverte mirando yo no sé qué ¿Estás bien? ¿Pasó algo?—
Sí, pasó mucho, estaba embelesada con un alucinante bailarín. Él se atrevió a desafiar las leyes de la gravedad, un fantasma tan visible para mí como invisible para los demás, un espectro con más corporalidad que su fanática espectadora. Ocurrió que estaba en ese lugar para mí, bailaba sin música porque cada uno de sus rítmicos movimientos eran la canción
muda más bella que nunca nadie pudo ver… ¿qué si ocurrió algo? me pregunta
—No—
Aparece un silencio frágil que por lo poco diplomático de mi respuesta estoy en la obligación de romper
–Sólo admiraba este… atardecer—
No encontraba un adjetivo lo suficientemente descriptivo para hablar de mi estupefacción, así que preferí omitirlo; sus ojos se desviaron y se apartaron de mi rostro para ver aquella casi muerta puesta de sol, sus labios se tensaron en una media sonrisa y sin mirarme dijo
—Todos los días hay atardeceres, pero jamás me he enamorado de ninguno—
La nostalgia y la sorpresa corren por mi torrente sanguíneo en una extraña competencia hormonal, la ganadora se apoderará de mis pensamientos y de mi reacción… no siento esa sensación de adormecimiento que me tenía presa unos momentos atrás, ahora soy más consciente de la existencia de la chica frente a mí, más de lo que pude haberlo estado antes, ganó la sorpresa ¿Habrá visto el motivo de mi pasmo? ¿No era sólo un espejismo inventado por mí perturbada cabeza? ¿Sabrá acaso a lo que se refiere cuando habla de…
—…enamorarse de un atardecer?
Pregunté con toda la tranquilidad, inocencia y normalidad de la que era capaz de fingir, ahora sólo hay silencio y un blanco profundo en mis pensamientos interrumpidos por el deseo irrefrenable de escuchar la respuesta. Gira y me mira por un corto momento.
Sobre nosotras las nubes se condensan, poco a poco dejan de resistir su propio peso, la primera gota líquida comienza su descenso, corta el frío aire, atraviesa la gruesa capa de contaminación y gana velocidad, ¿lluvia ácida? Pierde su frágil forma y adopta una que se asemeja más a un glóbulo rojo plancheto que a la lágrima que sin razón aparente siempre dibujamos desde pequeños. Está cada vez más cerca del suelo, pero se estrella contra la piel de aquella delicada figura que estaba a punto de responderme.
—¡Va a llover!—chilla—me tengo que ir—
Al parecer olvidó por completo nuestra conversación o ¿lo hizo a propósito? Ya no podía hacer nada, con un rápido movimiento se inclinó para darme un suave choque de mejillas y emitir un inútil y sin sentido sonido de beso.
—Chao, nos vemos—
Y ahora se escabulle entre todo el gentío al que llamamos mundo. Y sigo ahí, mojándome, no importaba ya, mi cabello se enmaraña con el caer del agua ¿en qué momento el deslumbrante sol dio paso a la lluvia? Había sido tan rápido que me tomó por sorpresa, ¿dónde puedo resguardarme? Debo caminar para hallar un lugar seco.
Todos corren a buscar refugio y supongo que por reacción automática debo hacerlo yo también. Los muros que pueden ofrecer algo de amparo están ahora cubiertos de una heterogénea y casi compacta capa humana, por más que intentara abrirme espacio lo único que conseguiría sería una mala mirada y tal vez un poco amistoso empujón… ¿por qué estoy buscando protegerme?¿le tengo miedo al agua?¿será que me derretiré si permanezco mojada?... uno, dos, tres, detengo mis pasos en seco mientras las personas cruzan a mi lado con algo sobre sus cabezas, sus miradas concentradas en el suelo y raudos como si los persiguiera el diablo.
Cuatro, cinco, seis, mis pasos se vuelven pesados y empiezo a disfrutar de la lluvia, siete, ocho, nueve, las gotas caen en mi rostro, diez, once, doce, trece, catorce, quin…. Se hiela la sangre, se petrifica la mente, se dilatan las pupilas… nuevamente esa imagen se me cruza frente a mis ojos, allí está aquel dulce bailarín, bajando despacio como un antiguo dios griego que desciende del Olimpo; frenas en el aire y sin previo aviso caes imitando un misil lanzado desde un bombardero con tanta violencia que mi reacción es correr hacia dónde vas a colisionar con el suelo, te pierdes tras los edificios y mis torpes pasos continúan corriendo sobre el húmedo cemento; cruzo la calle, parece que casi deseo escuchar el sonido de tu inminente estrellón, pero por el contrario escucho un penetrante pitido que me obliga a mirar en dirección contraria, un carro viene a toda velocidad y veo dos brillantes bombillos acercarse a mí, el corazón se detiene.
Una presión inesperada en mi estómago y un fuerte jalón me hacen retroceder, tropiezo, no puedo mantener el equilibrio y caigo sobre un cuerpo desconocido. El hecho de que me cueste respirar es el resultado de sumar el miedo más el golpe contra mi amortiguador, mi corazón regresa a la vida con tan estruendo que puedo asegurar que mi pecho se va a quebrar. Aún aturdida intento recoger el desorden en el que quedó mi cabeza después de lo que acababa de ocurrir, mis pensamientos se cayeron como los libros de un escaparate luego de un terremoto… un estruendo, dos luces, un golpe, otra persona… Me incorporo lo más rápido que puedo para ayudar a mi salvador que debe yacer en el piso como yo, pero mucho más amoratado. Un gemido
—Discúlpeme, lo siento ¿está bien? ¿Le pasó algo?—
Mi voz es ronca, extraña, además de apurada y aquel hombre está mirando hacia el suelo, evitando mi mirada, tal vez.
—No, no pasó nada, estoy bien—
La sangre sube rápidamente a mi rostro, pero desciende con la misma velocidad al ver la expresión de dolor que apareció en su cara con el primer intento de levantarse del suelo, había caído sobre su costado derecho y ahora lo presionaba con su mano como si así pudiera contener el dolor. Extiendo mi mano mojada para ofrecerle apoyo, pero ignora por completo el hecho y se apoya en su brazo libre ¡hombres! ¿Por qué no aceptan tan sencillo gesto de agradecimiento? Yo intento incorporarme un poco más rápido que él para ofrecerle algo de apoyo en caso de que cambie de opinión, no lo hace. ¡Qué escena más vergonzosa! Estamos bajo la lluvia, en medio del andén, empapados hasta la médula y en un extraño ritual en el que yo pareciera una tonta que intenta ayudar a un hombre sin tocarlo, como si sin contacto pudiera levantarlo y con un absurdo parecido a una mamá que casi crea una barrera de protección con sus brazos para que su pequeño de sus primeros pasos sin salirse del límite que ella considera seguro.
—La próxima vez que tenga afán, procure llegar viva, ¿sí?—
Me daba igual lo que dijera, aunque le estoy agradecida por salvar mi vida, así suene a película de superhéroes. El evento había interrumpido mi persecución y ahora no me quedaba más que una terrible vergüenza.
—Creo que lo tendré en cuenta—sonreí a medias.
No valía la pena correr ahora, no podía dejarlo ahí, pero mi milagro personal talvez estaba muy cerca… Ahora sólo puedo esperar a que pueda verlo en otro atardecer...